Son saludables, dulces, sabrosas y están repletas de energía, nos aportan nutrientes y contribuyen de una manera estupenda a reforzar nuestra salud con los cambios de temperatura del otoño. Pero podría decirse que cuentan con una parte algo negativa que sería sus muchas calorías, aunque tomándolas con moderación son inofensivas. Algo muy importante de saber es que para que podamos aprovechar todas sus muchas virtudes, tenemos que fijarnos en que su piel sea tersa, no tengan manchas y firmes al tacto. Las más duras suelen estar demasiado frescas, las huecas y blancas por el contrario algo viejas. Después también hay que saber conservarlas convenientemente en un lugar seco y bien ventilado, pero ojo nunca en bolsa de plástico.
MEJORAN NUESTRA DIGESTIÓN… en más de una ocasión habremos oído decir que producen muchos gases y que pueden resultar algo indigestas para muchas personas, eso puede ocurrir si las comemos demasiado verdes o bien recién caídas del árbol. Una buena opción es cocerlas con anises, semillas de hinojo o jengibre fresco y por supuesto no beber demasiada agua cuando las tomemos.
ASARLAS UN PLACER CUANDO LLEGA EL FRÍO…en las brasas o en el horno, deberás hacer una incisión en la cara convexa y después asarlas entre 20 y 40 minutos a 180ºC dependiendo de lo secas que estén y del tamaño que tengan. Un pequeño truco, quedarán más jugosas si se dejan antes en remojo un cuarto de hora.